sábado, 10 de septiembre de 2011

Té de especias (Camila González, 5to. Cp. I)

En la habitación del fondo de una casa no muy lejana de un templo religioso, se encontraba una mandrágora, que no presentaba las mejores condiciones. La mucama de la casa se dirigió a  la última habitación, en la cual encontró la mandrágora, la que aún no estaba curada para ser utilizada como medicina.
La empleada la usó como especias para un té casero, el cual guardó para curar de gripe a la dueña de la casa. Ese té no había sido más que un estupefaciente sin ningún fin curativo, aunque al beber de esa sustancia, empezó a recordar todo lo que había olvidado de su oscuro pasado: su familia había pertenecido a una secta griega, en la que adoraban al demonio de la destrucción. La esfinge griega con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave  perturbaba su mente, era el símbolo de adoración en la secta.
Se desvaneció por completo al visualizar en su mente perdida esos acontecimientos.
A la mañana del día siguiente, Juana, la señora de la casa, se había levantado muy confundida, sin poder pensar en otra cosa más que en esas visiones interminables que había; a partir de eso, muchas dudas se creaban en su mente, quería informarse más sobre sus antepasados.
 Salió de su casa para despejarse un momento, cuando desde un templo religioso muy cerca de allí se escucharon gritos desesperados que provenían de una mujer. Juana, ansiosa, se acercó al templo para ver lo que había ocurrido. Al ingresar, sintió que se ahogaba, no podría ver ni oír nada. Sintió que un ser extraño la tomaba de la mano y  acogedoras sombras la rodeaban. Jamás había sentido un placer igual, en los susurros se oía decir “Lilith”.
Al poco tiempo, encontró, oculto en un viejo cuarto de la casa, un libro con  los secretos de las sectas pertenecientes  a sus antepasados. Ese libro tenía como mandato sacrificar a una mujer para reencarnase en Lilith, un ente maléfico de la oscuridad de aspecto tenebroso.
Juana comprendió lo que había sucedido en el templo; algo le dijo que en su interior había perdido toda su armonía, que algo nuevo iba a venir. Así,  inmediatamente fue al templo y sintió un gran escalofrió al entrar en ese lugar; fue tanto su estremecimiento que ni siquiera podía mantenerse en pie. Fue así que Juana se cayó al suelo y, sin poder levantarse, sus ojos se cerraron, su cuerpo vacío perdió fuerza, la oscuridad y el frió lo llenaron por siempre, al susurrar: - Yo soy la deseada por Lucifer y rechazada del paraíso, soy Lilith, la dulce Lilith.

           

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