lunes, 19 de septiembre de 2011

Arpilight (Sebastián Muratore, 4to. Et. III)


Como en todos los festines, las velas alumbraban todo el salón principal con finos rayos de luz dorada, alfombrado con terciopelo rojo, las paredes mostraban excelentes cuadros de la época, la larga mesa de madera de roble repleta de todo tipo de comida descansaba bajo la gran araña que se encargaba de brindar la principal iluminación a la sala y las personas caminaban de aquí para allá con copetines en la mano y copas del más fino champagne de la zona. Por la ventana se podía ver claramente la ladera de la montaña más cercana, con un cielo azul oscuro como un pañuelo de seda salpicado con infinidad de puntos de brillantina plateada.
En el centro de la mesa se libraba una discusión algo desinteresada sobre la existencia de las arpías,  esas aves con cara de doncella y garras encorvadas que bajaban de las montañas a devorar la comida de los festines, chillando y destruyendo todo lo que se interpusiese en su camino.
Cuando la discusión estaba terminando un zumbido proveniente de la ventana comenzó a inundar el salón. Las personas, por naturaleza, miraron hacia la fuente del sonido, sin encontrar respuesta alguna, a pesar de que el sonido aumentaba con el paso del tiempo y se volvía cada vez más agudo. A los pocos minutos se comenzó a ver por las ventanas figuras envueltas de tierra provocado por su descenso por la ladera. Poco a poco el murmullo comenzó a crecer y sin mucha explicación todos entendieron que para evitar ser devorados por los seres mitológicos debían esconderse en el salón contiguo.
Cuando la última persona acababa de entrar a la sala contigua el primer vidrio se rompió y los chillidos se volvieron insoportables y  cuatro horribles figuras, con hermosas caras y afiladas garras irrumpieron en el salón, buscando saciar su hambre. A pesar de que nadie se atrevía a mirar, al cabo de unos minutos, el ruido provocado por las mesas que caían, las arpías buscando comida, y los platos rotos comenzó a cesar y lo único que perduró fueron los chillidos
La sorpresa para el primer hombre que miró lo que sucedía fue tal que tuvo que refregarse los ojos varias veces para creerles lo que les mostraban. Dos arpías sentadas en dos cómodas butacas al lado de la chimenea hablando, con una copa cada una y mirando con aire acusador a las dos restantes, situadas en medio del salón y ambas agarrando el mismo objeto con las manos, cada una haciendo fuerza hacia sí para quedárselo.
Los siguientes veinte minutos no fueron muy distintos. Sin embargo a los treinta minutos la situación había dado un cambio brusco. Todos los que estaban hasta hace unos pocos minutos observando desde un rincón estaban ahora en el gran salón, conversando con las arpías sentadas, comiendo del piso lo que no estaba destruido y observando también la lucha que se seguía librando en medio del salón.
Finalmente, tras haberse acabado dos botellas del mejor vino de la casa y habiendo tocado el piano, Elizabeth y Esmeralda, no vale la pena aclara quienes son, decidieron que era hora de marcharse. Para ello se acercaron sigilosamente a sus dos compañeras que seguían en combate y luego de una gran lucha entre las cuatro, lograron separarlas.  Acto seguido, los humanos se acercaron a la comunidad mitológica para enterarse de lo sucedido. Luego de unos segundos de silencio la más fea de todas comenzó a chillar nuevamente:“ Las promesas no se rompen”, exclamaba en un tono casi inaudible y totalmente dañino para los oídos humanos, mientras señalaba con un horrible dedo a su rival de combate. Esta, por su parte movía su cabeza negativamente y chillaba también para defenderse. La diferencia entre ambos chillidos es que el segundo se veía ahogado por lagrimas y lamentos, por lo que se distinguía muy pocas palabras del contenido, tales como “ perdón, tentación, chocolate, debilidad.” Ante el segundo monólogo, el turno fue de la primera, que dejó en claro el tema de discusión al responder chillando “ Debes saber controlarte para adelgazar, mírame a mí, lo hago hace seis meses y he bajado tres kilos”.
Ya estaba claro cual había sido el combustible que encendió la llama, por lo que la gente comenzó a unirse a la conversación. Ésta comenzó a opinar y a explicar sus mejores métodos de adelgazamiento y disminución de masa lípida, aunque no era bien sabido si serían los mismos los resultados al tratarse de dos fisiologías diferentes. Aun así, normales y anormales coincidieron en que ejercicio físico todos los días era indispensable para lograr el objetivo.
Esta conclusión dio paso a los últimos diez minutos de charla. Las arpías se disculparon por los destrozos, ya que el piso estaba ahora bañado de cristales de todos los colores, comidas que pegoteaban las suelas de los zapatos y unas cuantas astillas de maderas. Luego de esto se despidieron de los humanos y emprendieron su viaje ascendente por la ladera de la montaña, dejando a los de nuestra especie con poca comida y muy impresionados.

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