viernes, 9 de septiembre de 2011

Amor en el Bosque de los Cien Acres (Alfredo Saldaña, 5to. Cp. I)

           Samantha, era la Mandrágora más bella de todo el jardín. Su belleza particular y los relieves de sus ramas opacaban a las demás y las entristecía al punto del llanto (un llanto totalmente insoportable, agudo chillido que sólo aturdía y generaba mal humor).
            Samantha se destacaba además por ser diferente, era la única mandrágora que no lloraba ni gritaba… ella vivía feliz y sonriente, tan así, que sólo lograba despertar envidia entre las demás.
            Pero todas sabían que ella no podía ser así para siempre (no se puede ser feliz eternamente); sin embargo, parecía que no tenía problemas, a todo le veía el lado bueno, todo era positivo, colorido. Lo que nunca nadie supo era que Samantha tenía un solo y único problema: nunca se había enamorado, desconocía el amor, ese sentimiento que llamaban el más hermoso, el más especial.
            Un día, cuando nadie se esperaba la llegada de una nueva mandrágora, surgió algo realmente inesperado. El día estaba oscuro, gris, llovía, no había más que lluvia y todas las mandrágoras refugiadas en su rebaño, aburridas de ver llover. De repente, a la velocidad de un parpadeo, una nueva mandrágora había llegado al Jardín “Los Cien Acres”, una muy especial, ya que era de sexo masculino. Todas las mandrágoras habían quedado impactadas ante tal belleza, todos los ojos apuntaban hacia él, no existían otras direcciones. Pero los ojos de este nuevo ser tenían un brillo especial y apuntaban a una sola mandrágora, a Samantha.
            Fue un encuentro de amor a primera vista. Al quedar tan enamorados uno del otro, decidieron irse del jardín, solos, juntos… escapar para poder comenzar a formar una bella historia de amor.
            A partir de ese día, el jardín no era el mismo, le faltaba alegría, magia, color…
            Fue así que se tornó gris, triste, monótono y hasta aburrido; nada ocurría más que los gritos y los enojos entre las mandrágoras. Esto se repitió durante varios años y, llegado el 10 de septiembre de 1790, ocurrió el regreso menos esperado: Samantha.
            Volvió con una familia hecha, con una hermosa y numerosa familia, y las cosas volvieron a ser como antes y aún mejor, volvió a reinar la alegría, la paz y la felicidad. Desde ese día, las actitudes de las otras mandrágoras cambiaron, mejoraron y nunca más volvieron a gritar ni a llorar y así todos vivieron felices por siempre (o así ellos lo creyeron…).

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